jueves, 28 de febrero de 2008

Ingrid Betancourt

Carta a Ingrid Betancourt
Con las manos caídas y el alma ausente




Ignoro tu vida por completo,
tus frases, tus creencias,
tu más que seguro orgullo
que lo habrá hecho todo aun más difícil.
Ignoro también sus causas,
sus viejos y absurdos motivos,
sus lemas olvidados y los rencores
que debieron haber muerto mucho tiempo atrás.

Ignoro el conflicto, el país, la lucha.

Ignoro todo esto y sin embargo
llevo meses viendo a diario tu foto,
quién sabe si la última,
abatida, desolada,
como si el alma se te hubiera volado,
como si hubieras abandonado hace tiempo
en ese rincón lúgubre y remoto tu cuerpo,
desfallecida, exhausta,
ajada con el pelo ya ralo,
dolida como María de Magdala,
con la mirada hundida,
llegando incluso a preguntarte
si mereces tu castigo y tu dolor.

Ingrid, yo no te conozco,
ya sabes que ignoro todo
sobre tu nombre y tu rostro,
que ahora no es más que una caja vacía,
como un violín en silencio.
Yo no te conozco, Ingrid, ya lo sabes,
pero me duelen los huesos y el pellejo
cada vez que me lanzan tu imagen al rostro,
cada vez que te pienso, aterida,
con el cuerpo frío y la entraña apagada,
con las manos caídas y el alma ausente.

Y ahora...

Ahora me dicen que te mueres, Ingrid,
que es cuestión de semanas,
que ya todo será tarde,
que ya no importa que volquemos
la selva buscando tu alma,
ya no importa...
Ya es igual que rescatemos o no
tu cuerpo macilento y magullado
porque ahora dicen que te mueres,
y eso supongo que sí importa.

Y yo no sé, Ingrid,
pero siento que se me cae el mundo
cada vez que veo tu imagen
y veo ya ya un cuerpo sin rastro de vida,
sin esperanza alguna,
con las manos caídas y el alma ausente.

martes, 26 de febrero de 2008

Oro olímpico

El pasado domingo, por la mañana, estuve viendo un rato la tele, en la que creo es la mejor franja horaria por calidad y adecuación. Levantarse un domingo y poder ver varios programas de zapping, Bricomanía (you know what I'm talking about), baloncesto y el programa de César Millán, todo a la vez, es algo único. A todo esto se unió un programa de La 2 sobre medallas olímpicas, haciendo un repaso por las más inesperadas, las más representativas, o algunas que son de momento las únicas que ha conseguido determinado país. Cada reportaje duraba aproximadamente cuatro o cinco minutos y todos, sin excepción, despertaron en mí un escalofrío al final. La victoria olímpica es probablemente la victoria más alta que un hombre puede conocer. Si ya la épica vida del atleta es breve en sí misma, las oportunidades de ganar un oro olímpico en esos años son realmente escasas, dos o qiuzá tres, cuatro con mucha suerte. Se pueden ganar campeonatos nacionales, internacionales, incluso mundiales, pero nada se comparará nunca con un oro olímpico, porque para ganarlo no dependes sólo de tu preparación, de los rivales, de la suerte, dependes además de que la diosa Victoria te elija para grabar tu nombre en la lista casi sagrada de los campeones olímpicos. Años de trabajo que culminan en un instante concreto, en un fogonazo de emociones que nadie será nunca jamás de explicar, en el alivio de saber que Lo has logrado, que has vencido en una de las batallas más hermosas que se pueden librar, que eres digno de ser coronado con los laureles del Triunfo, que los valores deportivos de la humildad, el esfuerzo, el sacrificio, la constancia y la abnegación son en ti supremos, porque sólo las personas así son capaces de ganar una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos.

Este vídeo es sobre Sarah Hughes, que ganó la medalla de oro en patinaje artístico a sus 16 años y contra todo pronóstico. Al final se ve precisamente el momento del que he tratado de hablar en el párrafo anterior. Espero que al menos el vídeo sí os guste.