Carta a Ingrid Betancourt
Con las manos caídas y el alma ausente
Con las manos caídas y el alma ausente
Ignoro tu vida por completo,
tus frases, tus creencias,
tu más que seguro orgullo
que lo habrá hecho todo aun más difícil.
Ignoro también sus causas,
sus viejos y absurdos motivos,
sus lemas olvidados y los rencores
que debieron haber muerto mucho tiempo atrás.
Ignoro el conflicto, el país, la lucha.
Ignoro todo esto y sin embargo
llevo meses viendo a diario tu foto,
quién sabe si la última,
abatida, desolada,
como si el alma se te hubiera volado,
como si hubieras abandonado hace tiempo
en ese rincón lúgubre y remoto tu cuerpo,
desfallecida, exhausta,
ajada con el pelo ya ralo,
dolida como María de Magdala,
con la mirada hundida,
llegando incluso a preguntarte
si mereces tu castigo y tu dolor.
Ingrid, yo no te conozco,
ya sabes que ignoro todo
sobre tu nombre y tu rostro,
que ahora no es más que una caja vacía,
como un violín en silencio.
Yo no te conozco, Ingrid, ya lo sabes,
pero me duelen los huesos y el pellejo
cada vez que me lanzan tu imagen al rostro,
cada vez que te pienso, aterida,
con el cuerpo frío y la entraña apagada,
con las manos caídas y el alma ausente.
Y ahora...
Ahora me dicen que te mueres, Ingrid,
que es cuestión de semanas,
que ya todo será tarde,
que ya no importa que volquemos
la selva buscando tu alma,
ya no importa...
Ya es igual que rescatemos o no
tu cuerpo macilento y magullado
porque ahora dicen que te mueres,
y eso supongo que sí importa.
Y yo no sé, Ingrid,
pero siento que se me cae el mundo
cada vez que veo tu imagen
y veo ya ya un cuerpo sin rastro de vida,
sin esperanza alguna,
con las manos caídas y el alma ausente.